Cantos Cautivos
Casida de las palomas oscuras
- Pieza musical de:Federico García Lorca (letra), Paco Ibáñez (música)
- Testimonio de:Luis Alfredo Muñoz González
- Experiencia en:Campamento de Prisioneros Cuatro Álamos, febrero - marzo 1975
Los científicos dicen que el lugar de la memoria y el procesamiento de la música del cerebro se ubica en la parte ancestral y profunda de éste, donde es celosamente guardada.
Quizás es por eso que cuando ya nos han destruido el cuerpo hasta las entrañas, cuando ya nada nos queda más que los ojos turbios de la muerte, la música y la canción aparecen. Se apresuran hacia las cuerdas vocales, la lengua y los labios.
Se precipitan como cascada con notas casi imposibles, rápido, antes que todo termine.
Una noche, entre gritos de guardias y ajetreos, se llevaron a todos los detenidos de Cuatro Álamos. Después fue una noche muy silenciosa. Se habían llevado a los pájaros de la sala grande.
Muy temprano, a la mañana siguiente, me desperté al escuchar una voz de mujer que llama mi nombre. Aún medio dormido, pensé que era Diana que me llamaba desde algún lugar del "más allá". La voz persistía, cuidadosa. La voz venía desde la derecha de mi celda. Desnudo me acerqué a la ventana (me duchaba vestido para lavar la sangre de mis ropas, que luego colgaba de las rejas de la ventana).
"¿Quién eres?", pregunté. "Se han llevado a todos. Me dijeron que a los que quedamos nos matarán". "¿Quién eres?". "Me llaman La Jovencita, soy argentina y me agarraron en Valparaíso. ¿Crees que me matarán?"
"No, no te matarán, le dije. Eso es para mí, no para ti". Lo dije casi sin pensar. Después de un largo silencio, "La Jovencita" dice: "me siento muy triste y muy sola. ¿Podrías cantarme... la que cantaste la otra noche, aquella de las palomas?". Ella se refería a "Casida de las Palomas Oscuras", un poema de García Lorca con música de Paco Ibañez.
Mi voz comenzó, como antes, con su propia voluntad. Cuando terminé, ella dijo: "Un millón de gracias, ya me siento mejor". Pero no sólo eso pasó: unas palmas aplaudían desde el lado izquierdo.
"Bravo", una voz de hombre carraspeó. "Muy bello". "Soy un sacerdote (¿belga? ¿holandés? No recuerdo). "¿Crees que a mí me matarán?" La voz extranjera me pregunta. “No...”. Nunca vi o supe de la argentina o del sacerdote europeo. Sí supe que ella sobrevivió. Aún siento la satisfacción de haberles abrazado con mi canto y mi voz.
Claves:
Publicado: 12 enero 2015
van dos palomas oscuras
una era sol,
la otra, luna.
Vecinitas, les dije,
¿dónde está mi sepultura?
En mi cola, dijo el sol.
En mi garganta, dijo la luna.
Y yo que estaba caminando
con la tierra por la cintura
vi dos águilas de nieve
y una muchacha desnuda.
La una era la otra
y la muchacha, ninguna.
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Recitaba este poema en el Estadio Nacional. Seguí haciéndolo en Chacabuco, por esta razón los compañeros me apodaban Venancio.
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